La crisis se puede llevar nuestras vacaciones, la cerveza y pintxo con los amigos, los caprichos. Nos puede quitar el trabajo, nuestra casa, los ahorros de toda la vida. La crisis puede acabar con nuestro estado de bienestar, nuestro sistema sanitario universal, nuestra educación pública gratuita y de calidad, nuestro sistema de pensiones solidario, nuestros servicios sociales. Puede elevar la tasa de pobreza, la de paro, la economía sumergida, la violencia, el fraude, el imsomnio. Puede incrementar los impuestos directos e indirectos, la emigración, la asistencia a comedores sociales, el abordaje de los contenedores de basura. La crisis puede provocar todo esto y más y nosotros, individualmente, poco o nada podemos hacer para evitarlo. Simplemente está fuera de nuestro control.
La crisis también puede aniquilar nuestra esperanza, nuestra alegría, nuestras iniciativas, nuestros valores. Puede exterminar nuestra educación, nuestra solidaridad, nuestro buen humor. Puede destruir nuestros sueños, nuestros planes de vida, nuestras ganas de luchar, de disfrutar, de vivir. La crisis puede gestar frustraciones, enfados, angustias, desánimos, apatía. Pero todo esto sí podemos evitarlo. Sí podemos controlarlo.
Desde hace un par de años, unos meses, unas semanas, vas por la vida con esta gran espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza, día y noche. El miedo te paraliza, la incertidumbre te abruma, la sensación de haber sido engañado te enoja. Y dejas de sonreír, de pedir las cosas por favor, de ser amable con los clientes, los vecinos, los que esperan en la cola del banco o con el panadero, la cajera de supermercado, el repartidor de publicidad o la conductora de autobús.
No lo hagas. Ellos son tú. Tienen la misma espada amenazándoles. Tienen su dosis de mal rollo en su día a día, en los medios de comunicación, en las conversaciones de ascensor. No necesitan tu aportación de mala leche, ni tu cara de perro cabreado, ni tus malas maneras, ni tus palabras malsonantes. Necesitan algo de optimismo, algo de respeto, algo de alegría, algo de simpatía. Y eso, pese a la crisis, sí se lo puedes dar, porque no te cuesta nada. Sonríe. Es gratis y es contagioso.
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