Me despierto. Me levanto. Me ducho. Me preparo y me bebo un zumo de naranja. Meto la bolsa de aseo y un libro en la mochila, para el viaje. Le dejo preparada suficiente agua y comida a Calcetines para tres días y me despido de él. Bajo a la calle. Me acerco hasta la parada de la villavesa y la cojo hasta la estación de autobuses. Miro en qué andén está el autobús que me lleva a Madrid. Subo a él. Me despierto. Miro el reloj. Son las 10 de la mañana. ¿Son las 10 de la mañana?, ¿son las 10 de la mañana? Joer, joer, joer. Son las 10 de la mañana. He perdido el autobús para ir a Madrid. No oigo nada. Joer, joer, joer. Me he quedado sorda. Escucho a Calcetines. No, no me he quedado sorda. Se me ha taponado el oído y no he escuchado el despertador. ¡Mierda! Voy a la estación de autobuses. No me cambian el billete. Tengo que comprar otro. El siguiente autobús es a las 16:30 hrs. que llega a Madrid a las 21:30. ¿Vale la pena 10 horas de viaje en autobús y dos billetes para estar un día y medio allí? No. Me quedo en Pamplona. Otra vez. Me enfado conmigo misma. Me enfado con mis sueños, por ser tan reales. Planifico mi siguiente viaje. Con salida después del mediodía. Desde luego.
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