Odio el calor y el sol. Bueno, el sol no tanto, a no ser que sea uno de esos soles cegadores, que te hacen pensar que estás en el infierno, pero al calor sí. Lo odio. A muerte. Ahora mismo no me podéis ver, pero soy la viva imagen del pitufo gruñón, toda enfurruñada y con cara de haberme comido un limón. Y es que para mí el verano es como la navidad, un momento en el que como todo el mundo se empeña en que tiene que ser un oasis de felicidad y de buen rollito pues a mí me sale la vena Grinch y digo ¡odio el verano, el sol y el calor! ¡¡Halaaaa, lo que ha dichooooo!! Y todo el mundo se echa las manos a la cabeza como si yo fuera una hereje. ¿Sabéis lo que os digo? que ni hereje ni leches en vinagre, que yo seré rara pero vosotros sois unos borregos sin personalidad. ¿Que hace bueno? Pues estoy contento. ¿Que llueve y hace frío? Pues me pongo triste. Pero qué tipo de baremo es ese que vuestro humor depende del tiempo que hace. El mío depende de si me va bien en el trabajo o no, de si tengo problemas de dinero, de si sufro de mal de amores, de si me he peleado con mi madre, con mi hermana, mis amigas o con el panadero de la esquina, de si estoy enferma o me duele algo, de si tengo problemas con la burocracia... Y todo eso independientemente de la época del año que sea y, sobre todo, del tiempo que haga.
Y no es odiar por odiar, que tengo mis razones. De hecho, os voy a dar 5 razones por las que odio el verano.
1.- Los rayos de sol son malísimos para la piel.
Y para la mía más porque soy de piel blanca, blanquísima, pálida, casi transparente. Vamos, que soy tan blanca que el sol llega a mi piel y rebota, haciéndome parecer un gusiluz. Y o voy cubierta de crema como un pastel de merengue o me quemo. Y no de oye, te has puesto un poco roja, nooo, más bien del estilo de deberías ir a urgencias que creo que tienes quemaduras de segundo grado. El sol y yo hace tiempo que no nos ajuntamos y es que, además, es verle y salirme urticaria. Entiendo que no todo el mundo es tan especialito como yo, pero cuando escucho eso de ¡huy, qué blanca que estás, deberías tomar el sol, que es buenísimo! Sí, sí, maravilloso, te proporciona unos melanomas que son la envidia del barrio, ¡no te digo! A ver, que el agujero de la capa de ozono ya no es tal, ahora directamente lo que miden es la cantidad de capa que queda, que debe de ser del tamaño de un botón, por la contaminación que seguimos empeñándonos en emitir. Y, por cierto, lo que es bueno para la piel es la vitamina D y esa la generas con la luz solar, no con estos rayos que te dejan brûlée. Y si no, pues nada, me tomo un poco de salmón y unos huevos y voy que chuto.
Y en verano y con el calor sudo. A mares. A veces hasta casi deshidratarme. Me gusta mucho andar y o cargo con una ducha portátil a todas horas o en verano ya me puedo ir olvidando de caminar de un lado para otro, que llego hecha unos zorros. Cuando sudo me siento pegajosa y si a eso le sumo la megacapa de crema protectora que me he tenido que echar, pues ya parezco una de esas tiras amarillas que se ponían antes en el techo de las casas de pueblo para atrapar las moscas. Un asco, vamos. Y luego tienes el cerco de sudor por la espalda, por las axilas, por todos los lados. Puajj.
3.- A más sudor, más olor.
Una se ducha, se echa crema hidratante (aunque si hace mucho calor esa opción está descartadísima), se echa desodorante, se pone ropa limpia, sale a la calle por la mañana y por la tarde huele a cochino jabalí. Y no acepto eso de serás tú guapa, porque a mi no me pasa. Pues puede que a ti no, pero a mucha gente sí. Entras en un autobús y te parece que el vertedero municipal es el jardín del edén en comparación con el aroma que se respira. Y no sólo en el autobús: en el banco, en las tiendas, en las aulas de mi trabajo... Vamos, un placer para los sentidos.
4.- No me gusta llevar gafas de sol.
Soy miope y cada vez que puedo opto por llevar lentillas en vez de gafas, así que llega el verano, el sol me ciega, me toca ponerme gafas de sol y me escuece. Que si entras en un sitio, alehop para arriba, que si sales, alehop para abajo, que si te encuentras con alguien, alehop para arriba, porque pocas cosas me molestan más que hablar en persona con alguien al que no puedo verle los ojos, que se acaba la conversación, alehop para abajo. Un horror. Y luego, si llevo gafas lo veo todo oscuro (y eso que mis gafas son bastante claritas) y a mí me gusta apreciar los colores y las formas de todo lo que veo. Y, ademas si llevo gafas no veo la pantalla del móvil porque me hace aguas. Y si no las llevo pues con el ceño fruncido todo el día, los ojos de china y las patas de gallo alimentándose, que una ya no es una niña de piel tersa y aterciopelada. Y yo, francamente, no estoy preparada aún para ser carne de cañón de los cirujanos que inyectan botox.
5.- No tengo vacaciones.
En un post anterior hablé sobre una de las ventajas de ser jefa, que las tiene, pero también tiene inconvenientes, sobre todo porque en mi caso soy autónoma y dirijo una pequeña empresa. Uno de esos inconvenientes es que cuando los trabajadores de mi empresa se cogen vacaciones yo les tengo que cubrir (léase navidades, Semana Santa y verano) en su trabajo. Eso quiere decir que me toca trabajar todo el verano, en horario intensivo de mañana, eso sí, pero mis siete u ocho horas diarias no me las quita nadie. Además Pamplona no tiene mar y para mí eso es bastante tortura. No lo digo por no poder ir a la playa, que no soy yo muy fan de ello, sino por ir a la orilla del mar, a que me dé esa brisa con olor a salitre, caminar por la noche, cuando todos los turistas y playeros se han marchado de fiesta o a dormir, ver cómo rompen las olas, cómo sube la marea...
Podría hablar también de que por la noche no se puede dormir del calor, y de que tengo que abrir la ventana a riesgo de morirme asfixiada. Y entonces empieza a entrar el melódico ruido de los coches, de los camiones de la basura, de los gritos de los chavales que vienen de fiesta o que se quedaron hablando en el portal y como, a pesar de ser verano, te tienes que levantar a las 7 para trabajar te acuerdas de todos sus ancestros. Pero eso quizás sea rizar demasiado el rizo y ya soy la princesa de los Grinch y no tengo ningún interés en convertirme en reina. Así que aquí lo dejo.