Me gusta cocinar. Y a pesar de vivir sola intento que, al menos tres días a la semana, mis comidas sean tan elaboradas como si tuviese compañía (hay fines de semana que hasta "engaño" a alguien y la tengo realmente). Hay un plato que no hago demasiado a menudo, pero que no sólo me encanta, sino que además me remonta a mis orígenes castellanos. Me lo enseñó mi madre, que aprendió la receta de mi bisabuela, la cual vivía en una pequeña aldea de Burgos que en la actualidad cuenta con doce habitantes. El plato se llama "Patatas a la importancia".
Tras la guerra, la comida escaseaba en España. Mis abuelos me contaban que se comía cocido y sopas de ajo día sí y día también. Carne para los días de fiesta y, por ser pueblo de interior, pescado poco y no muy bueno. Lo que había, y muchas, eran patatas. De ahí surgió este plato. Rico, sencillo, barato y, sobre todo, aparente. Muy aparente.
No le saqué foto a mi creación, así que he conseguido ésta del blog Recetas de cocina, que se asemeja a mi versión. |
Ingredientes para 4 personas:
- 4 patatas de tamaño mediano-grande.
- Harina.
- 2 -3 huevos.
- Media cebolla.
- 1 diente de ajo.
- Sal.
- Perejil.
- Aceite.
- Un chorro de vino blanco.
- Agua.
Se cortan las patatas en rodajas de alrededor de 1 cm. de grosor. Se salan y se rebozan en harina y huevo. Se echan a una sartén donde hayamos puesto aceite a calentar (se hace más rápido si hay abundante aceite en la sartén, pero para mi queda demasiado aceitoso, aunque se pueden escurrir en papel absorbente de cocina). Se fríen vuelta y vuelta para que se dore el rebozado y se ponen en una cazuela, unas encima de otras. Mientras, se cuece un huevo y se reserva.
En el aceite que ha sobrado (si es demasiado se quita hasta que cubra ligeramente el fondo) se echa la media cebolla, el ajo y el perejil picados finamente. Se rehoga a fuego lento hasta que la cebolla quede bastante transparente pero sin que se poche. Se echa un vaso de agua y un chorrito de vino blanco y se deja cocer un par de minutos. Se echa la mezcla sobre las patatas, se tapa la cazuela y se pone a fuego medio a cocer durante unos 25 minutos o hasta que al pinchar las patatas se vea que están blandas. Hay que tener cuidado de que no se evapore todo el caldo, así que si se quedan secas se echa un poco más de agua y asunto arreglado.
Del huevo que se había cocido se separa la clara de la yema. La yema se machaca con un poco del caldo de las patatas y se echa sobre éstas (sirve de espesante y no es tan pesado como la harina). La clara se pica en trozos pequeñitos sobre las patatas como un elemento decorativo y ¡voilà!
Normalmente, cuando no conoces el plato, piensas que vas a comer pescado o pollo, pero no, son solo patatas que se dan importancia. Aunque no os dejéis engañar por la sencillez de la receta. ¡¡Está exquisita!!
me encantó la sencillez y la información histórica del plato. Muchas gracias ! lo voy a probar en el sur de Argentina ! :D
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