No sé si conocéis el juego del Jenga. Quizás por el nombre no, pero si os digo que es un juego formado por 54 piezas de madera que se colocan de a tres, unas perpendicularmente encima de las otras, formando una torre, en el que hay que retirar una pieza de la parte inferior, con cuidado, con sólo dos dedos, y colocarla en la parte superior, sin que la torre se desmorone, quizás os suene más. Es un juego en el que se mide no sólo la habilidad física y mental de los jugadores, sino también el trabajo en equipo. El "perdedor" es aquél al que se le desmorone la torre, tenga o no la culpa de que la torre haya acabado no aguantando.
Para mí España es como esa torre. En la parte de abajo está todo aquello que mantiene firme y estructurada la sociedad, tal y como la conocemos ahora: la sanidad, la seguridad social, la educación, los servicios sociales, las pymes, la masa trabajadora... Son los cimientos que sostienen la torre. En la parte de arriba está aquello que lo único que aporta es peso y desequilibrio al asunto: los impuestos indirectos y los directos abusivos, el paro, los ladrones de guante blanco y corazón negro, la legislación laboral pre-revolución industrial... Y los jugadores son los gobiernos, locales, regionales, nacional y europeo, el sistema judicial, la bolsa, los bancos y cajas, la CEOE, el Banco de España y el Central Europeo, el FMI, los sindicatos... Y el ciudadano de a pie.
El buen jugador del Jenga es aquél que sabe qué pieza de la torre es prescindible. Aquella cuya ausencia es compensada con las compañeras de fila. Aquella independiente cuya extracción no mueve al resto de la base. El buen jugador sabe, también, cuál es el mejor lugar para colocar la pieza extraída. Dónde hay que ponerla para que no ejerza un peso insostenible sobre unos pilares ya debilitados. El mal jugador es el que hace todo lo contrario. El que busca tener la torre más alta y más estrafalaria, sin pensar en su sostenibilidad ni en su duración.
Durante los últimos años, en España, los dirigentes políticos y económicos (que muchas veces resultan ser los mismos) se dedicaron a quitar piezas de la base, sin ton ni son, y a ponerlas apiladas sobre la cima. Y nosotros, los ciudadanos de a pie, les cedíamos nuestro turno, tan contentos, porque parecía que lo estaban haciendo muy bien, construyendo un baluarte que ríete tú de los rascacielos de Dubai. Una torre que aguantaba. Se inclinaba, pero aguantaba, como la de Pisa.
El tiempo dirá si lo que está haciendo, en la actualidad, el PP es acertado o no. Si conseguirá reconstruir España o acabará demoliéndola. Pero lo cierto es que la torre comienza a moverse demasiado. Da vértigo, incluso. Uno por uno han ido debilitando, o, directamente, quitando pilares fundamentales para tapar huecos de arriba que lo único que hacen es aportar peso muerto desestabilizante.
Quiero ser optimista. Pensar que los ciudadanos de a pie nos daremos cuenta de que los jugadores actuales no saben lo que hacen y están demostrando ser malos constructores. Y recuperaremos nuestro turno, que nos corresponde por derecho y por responsabilidad. Y reforzaremos los cimientos quitándole altura a la torre. Y conseguiremos evitar que nuestro gran Jenga acabe despiezado en el suelo. Quiero ser optimista. Pero a veces me cuesta.
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