Llega la Semana Santa y quiero quedar con todo el mundo, y como soy un poco patiperra, y tengo a la familia y los amigos dispersos, no me queda otra que pasar varias horas en el coche para ir a visitarlos. Sola. Cuando se trata de cambiar de provincia, en el norte de España, no hay ni onda corta, ni media, ni frecuencia modulada que aguante, así que la opción radio está descartada de antemano. Toca poner CDs machaconamente escuchados y darle al coco, que de cuando en cuando no viene mal tampoco.
¿De qué escribo mi próximo post?, iba yo pensando. Y varios temas saltan a mi cabeza, pero no parece ser el momento adecuado para ninguno de ellos, así que los descarto de la bandeja mental de "candidatos" y los pongo en la de "para otra ocasión". Y pienso y pienso y ninguno me convence, y pasa un día y pasa otro y me digo, a ver, que no pasa nada porque no escribas, porque al fin y al cabo tampoco es que tengas una troupé de groupies y tampoco es que se vaya a acabar el mundo porque no escribas en unos días. Porque vamos a ver, tú ¿por qué y para qué escribes? Y tirando del hilo, poco a poco, y desenredando los recuerdos pienso en el día que empecé este blog, hace casi seis años.
Lo comencé porque me iba a ir a Chile, y quería tener un diario de viaje, y sobre todo informar a mis amigos de lo que me iba sucediendo sin tener que responder a mil emails donde contara una y otra vez lo mismo. En aquel entonces se llamaba Un año en los Andes y el ardor literario me duró apenas cuatro meses, lo que tardé en tener una vida allí y dejar la de aquí un poco en el cubo de la memoria. Durante ese corto tiempo, muchos amigos me leían y algunos, incluso, me dejaban comentarios animándome a continuar. No fui capaz de contentarlos. Y dejaron de leerme porque se aburrieron de mi silencio. Normal.
Lo retomé un par de años después, cuando volví de Chile, con una tristeza, una rabia y una desubicación que no me dejaban respirar. En esa ocasión, como sabía que nadie me leía ya, comencé a escribir cosas mucho más personales, como un diario de emociones y pensamientos abisales. Un espacio en el que soltar toda la mierda que llevaba dentro. Todo lo que creía que nadie entendería y que no tenía, ni tan siquiera, ganas de verbalizar. Le cambié, incluso, el estilo y el nombre al blog, por el de ahora. Noctámbula. Primero porque el jet lag no me dejaba dormir de noche, y luego porque era el momento del día en el que me sentía más miserable, y en el que dejaba correr ríos y ríos de autocompasión. Bufff, ¡qué época aquella! He borrado la mayor parte de esos post porque la palabra deprimente sonaba optimista a su lado.
Tercera etapa. Me vuelvo a marchar. Esta vez a Ecuador. Nadie me lee, pero aún puedo escribir cosas interesantes. ¿Qué tal si explico, paso a paso, todos los trámites que hay que hacer para viajar? Curiosamente, a día de hoy, esas páginas son las más visitadas del blog, por gente de las cuatro esquinas del globo que ni tan siquiera me conoce. Luego probé a retomar la idea del diario de viaje y bla, bla, bla. ¡Que no, vamos! Que soy una inconstante y así no se puede llevar un blog. Menos mal que los señores de blogspot no me cerraron la cuenta.
Y llegamos al momento actual. Dos años después. Estoy tranquila. En Pamplona. Con un trabajo ni demasiado aburrido ni demasiado interesante. Con amigos con los que no vivo grandes historias como ir a la selva o a Isla de Pascua, pero con los que me gusta estar y con los que comparto mi día a día. ¿Por qué escribo ahora? Porque me gusta escribir. Porque quizás alguien me encuentre buceando en la red y le guste lo que escribo. Porque parte de mi proceso de madurez es hacer cosas que no he sido capaz de realizar hasta ahora. Pararme, introducirme en la rutina pero sacar provecho de ella y, sobre todo, ser paciente, disciplinada y constante. Porque como decía Einstein (o al menos a él se lo atribuyen): "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo".
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