- Buenos días doctor.
- Buenos días Lamb. ¿Te encuentras bien? Te noto un poco alterada.
- Pues no, doctor, no. Por eso he venido. Ayer me pasó una cosa que me tiene inquieta.
- ¿Quieres tumbarte, cerrar los ojos y contármelo?
- Me tumbo y se lo cuento, pero no cierro los ojos que me da miedo volverlo a ver.
- Como quieras. Cuéntame.
- Ayer a eso de las 3 de la tarde iba yo camino del trabajo, por la orilla del río, como siempre. No había mucha gente. Algunas personas en bicicleta, paseando al perro o simplemente corriendo. Vi que por el camino venían dos hombres. De mi edad. Charlando animadamente.
- ¿Tenían malas pintas, mala cara?
- No, no, eran dos tipos normales. Uno alto y otro bajo. Vestidos de forma normal y... todo normal.
- Entonces, ¿qué pasó?
- Lo que pasó fue que cuando llegaron a mi altura el más bajo se giró hacia mi, como si fuera a preguntarme algo, pero no dijo nada.
- ¿Y?
- Y en ese momento mi corazón se paró durante unos segundos. Y después, como si quisiera recuperar el ritmo, comenzó a latir a mil por hora. La garganta se me cerró. No podía respirar, apenas pude contener las lágrimas y me entraron unas nauseas que pensé que iba a soltar ahí mismo la comida.
- ¿Te había pasado alguna vez eso?
- No desde hace tiempo.
- ¿Te dieron miedo los hombres?
- No. Sí. No. No sé.
- Creo que sí que lo sabes. ¿Quieres contármelo?
- Es que no quiero recordarlo.
- Y, pese a todo, lo recuerdas. ¿Verdad?
- Sí, pero aparece de pronto, de la nada. No es que yo lo recuerde queriendo.
- ¿Y no será mejor que lo recuerdes tú sabiendo a qué te vas a enfrentar y no que te pille el pensamiento por sorpresa, haciéndote reaccionar como ayer?
- Puede ser.
- ¿Qué te pasó? Empieza por el principio.
- Hace casi dos años yo vivía en Ecuador. Había ido allí con una beca del Gobierno de Cantabria para trabajar en UNIFEM. Una de nuestras obligaciones, como becarios, era visitar proyectos de cooperación del Gobierno de Cantabria en el terreno. Después de hacer varios trámites quedé en visitar un proyecto de recuperación de la flora y fauna de los manglares de Isla Corazón, en la Provincia de Manabí. Como era la única becaria cántabra me fui sola para allá, donde me encontraría con la responsable del proyecto. Fui en autobús, que salía de Quito a las 10 de la noche y llegaba al pueblo desde donde se accede a la isla, a eso de las 7 de la mañana. Cuando llegué compré el billete de vuelta, para no tener problemas, pues sólo había un bus al día. Después me fui paseando por el malecón hasta la ciudad, que estaba a unos 10 minutos, en busca del hostal donde me iba a hospedar. El día estaba un poco nublado pero hacía buena temperatura. Había bastante gente por la calle, corriendo, vendiendo cosas, en la playa, paseando. Yo saqué la cámara y me puse a hacer fotos a todo lo que veía. Al rato vi a dos chicos, de unos 20 años, que salían de la playa. Dentro de mi se encendió una pequeña luz de emergencia, pero no quería ser paranoica, y había gente así que no quise preocuparme. Un par de minutos después uno de ellos se me acercó para pedirme la hora. Le dije que no tenía y él me dio las gracias y se marchó. No habían pasado ni 30 segundos cuando se volvieron a acercar, esta vez los dos y me pidieron un dólar. Yo les dije que no tenía dinero y entonces se pusieron cada uno a cada lado. Uno de ellos sacó un cuchillo de cocina de la parte trasera de su pantalón, de esos grandes, que sirven para cortar carne. Me di cuenta de que estaba mellado y bastante oxidado. Me lo puso en un costado y me dijo que le diera todo. En ese momento pensé que si me clavaba el cuchillo y tenía la suerte de no desangrarme, me moriría de la infección y del tétanos. Yo llevaba la cámara de fotos en el bolsillo, el bolso cruzado en bandolera y una mochila con ropa. Intentaron quitarme el bolso, pero la mochila no les dejaba así que empezaron a empujarme y a darme golpes, mientras yo sentía el cuchillo en el costado...
- ¿Qué hiciste entonces, Lamb?
- Era como si eso le estuviera pasando a otra persona y yo sólo lo viera desde fuera. Debió de pasar todo muy rápidamente, aunque a mi me pareció eterno. Me tiraron las gafas al suelo y salieron corriendo. Uno llevaba el bolso y el otro la cámara que me había sacado del bolsillo. Yo, no sé por qué, eché a correr detrás de ellos, porque no me podía creer que me estuviera pasando eso a mi. Me puse a gritar que les detuvieran, que me habían robado, pero la gente me miraba como si estuviera loca. Se metieron por una calle y al final se separaron. Yo les seguí corriendo hasta que los perdí.
- ¿Cómo te sentiste?
- Perdida, desesperada. Nadie sabía que estaba allí. Había cogido un par de días libres en el trabajo para ir a ver el proyecto. No tenía dinero, ni a nadie a quién llamar, porque a mis padres estaba descartado. ¡Qué iban a poder hacer ellos a parte de preocuparse! No sabía qué hacer.
- ¿Te ayudó alguien?
- De una de las casas salió un hombre que me preguntó si me habían robado. Le dije que sí y me dijo que no me preocupara, que me subiera a su coche y que me llevaba al Cuartel de la Policía. Así que me monté y le conté lo que me había pasado.
- ¿No pensaste en lo que te podía pasar subiendo a un coche con un desconocido?
- En ese momento no. Sólo pensaba en qué iba a hacer, cómo iba a salir de esa.
- Continúa.
- El señor me llevó al cuartel y habló con el teniente, que estaba dirigiendo la formación de la mañana. Porque eran apenas las 8:30 de la mañana. Llamó a dos policías y me dijo que me metiera en un todoterreno, que tenía los cristales tintados. Sin saber qué hacer, e intentando no llorar, me monté en el coche. Me preguntaron que cómo eran los tipos que me habían robado y que dónde había sido el suceso. Se lo dije y entonces ellos comenzaron a conducir. Primero me llevaron al lugar y a las calles de al lado, pero después comenzaron a subir la montaña y acabamos en un descampado.
-¿Te dijeron qué hacíais allí?
- No. Y en ese momento creí que me moría. Tuve conciencia de que estaba con dos tipos, policías, pero cuyos nombres no sabía, en un descampado y pensé: "si me violan y/o me matan nadie se enterará en unos días y me dejarán tirada en este basural. Yo no quiero morir aquí". Creo que en mi vida había pasado tanto miedo como en ese momento. Más incluso que cuando me robaban los dos chicos.
-¿Y qué pasó?
- Me concentré en no llorar. En parecer tranquila, serena, segura de mi misma. Me concentré en pensar que no iba a pasar nada de eso. Que eran policías y que sólo me estaban intentando ayudar. Empecé a pensar en qué iba a hacer sin dinero, ni nada, en ese pueblo a 9 horas de viaje de Quito.
- ¿Te ayudó pensar en eso?
- No lo sé. Supongo que algo sí.
- ¿Y qué te decían los policías?
- Nada. No me hablaban. Salieron de allí y volvieron al pueblo. Cuando llegamos me dijeron que estaban dando vueltas para ver si estaban en la calle y los reconocía.
- ¿Los encontrasteis?
- No. Me devolvieron al Cuartel. Allí me tomaron la denuncia. Les comenté que no tenía nada de dinero, pero que había comprado un billete de autobús para volver a Quito. Me acompañaron a la oficina de autobuses y les comentaron mi caso. Como los billetes van con nombre y apellido me dijeron que no había autobuses hasta dos días después pero que me devolvían los 10 dólares del precio del billete. Así que los cogí.
- ¿Y cómo volviste a Quito?
- Es una historia muy larga y tortuosa. La verdad es que no tiene nada que ver con lo que me pasó ayer y si no le importa ya se la contaré otro día.
- Claro, no hay problema. Pero déjame que te pregunte algo. ¿Cuando esos recuerdos llegan de improviso a tu mente cómo te sientes?
- ¿Cómo me siento? Estúpida, culpable, vulnerable. Mal.
- Es normal que te sientas vulnerable, ¿pero por qué estúpida y culpable?
- Porque en Naciones Unidas tienes que hacer un curso de seguridad y uno de los apartados es como evitar estas situaciones. Te dicen que no existe la paranoia, sino los instintos. Y que si tu instinto te dice que algo está mal, como me decía a mí el mío, tienes que hacerle caso y tomar precauciones. Yo fui una orgullosa, y pensé que a mí no me iba a pasar y no me quería llevar por los prejuicios y yo qué sé qué más. ¿No cree que fui una idiota?
- No, creo que fuiste una ingenua y poco precavida, pero no idiota. ¿Y culpable por qué?
- Eso es lo más gracioso. Racionalmente sé que puede que hubiera debido tomar más precauciones pero que, desde luego, no es culpa mía que me roben. Pero emocionalmente no puedo dejar de pensar: "tenías que haber hecho eso o no haber hecho lo otro", "tenías que haber escuchado la alarma, si es que estabas pidiendo a gritos que te atracaran".
- Nadie pide a gritos que le atraquen. De hecho no deberíamos de ver normal que no debamos sacar el móvil o la cámara de fotos porque nos la van a robar. No deberíamos ver normal que si caminas sola por una ciudad extraña eres carne de cañón para que te pase algo. No debes sentirte culpable. Porque puede que a partir de lo que te pasó estés tomando más precauciones, pero no debes tener miedo de andar sola. Si lo haces, te habrán robado no sólo un puñado de dólares y algunos objetos de valor, sino también tu libertad. Porque tú misma comenzarás a recluirte y a ponerte los barrotes.
- Lo sé. Racionalmente lo sé. Y lo intento. Caminar sola, aunque ya sea de noche. No pensar que en cualquier momento me puede pasar algo. Intentar recuperar la alegría con la que yo pisaba el mundo. Pero, de cuando en cuando, me pasan este tipo de cosas que me paralizan.
- Es normal. Estás restaurando la confianza en ti misma y en tu entorno. Tardará en llegar como te sentías antes, pero llegará. Porque eres fuerte.
- Eso espero, doctor.
- Por cierto Lamb, ¿cómo se llamaba el pueblo donde te pasó todo esto?
- Bahía de Caráquez "La ciudad más tranquila y segura de Ecuador".
- Tiene su toque de ironía, ¿no crees?
- Sí, desde luego que la tiene.
- Tiene su toque de ironía, ¿no crees?
- Sí, desde luego que la tiene.
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