Decía la escritora Sylvia Plath que si nunca esperas nada de nadie nunca te decepcionarás. Pero qué es la vida si no esperas nunca nada de nadie, más que un erial donde no existe el amor ni las relaciones sociales.
Es inevitable que te decepcionen, al igual que decepcionar, porque es difícil saber cuán grandes son las expectativas que tiene la otra persona sobre una, y más difícil aún cumplirlas viviendo la vida como una desea hacerlo y no como al otro le gustaría que lo hicieras. Pero, pese a saber eso, cuando alguien te decepciona es como entrar en un valle donde sientes que todo y todos te han abandonado. Porque la decepción sólo llega cuando hay grandes expectativas y éstas sólo las tienes cuando hay amor. Una no espera nada de un señor que pasa por la calle o del butanero, una espera algo de la familia, de los amigos, de la pareja. De gente que realmente te importa y cuyas "afrentas" duelen. Y duelen mucho.
Si nunca esperas nada de nadie nunca te decepcionarás. Pero, cómo no esperar algo de la gente a la que quieres. Cómo no esperar que te quieran, que te apoyen en tus momentos bajos, que te acompañen en las alegrías, que no te mientan, que no te engañen... Qué clase de amor puedes tener hacia alguien de quien no esperas nada. Porque si no necesitas ni amor, ni compañía, ni apoyo, ni que te digan esas verdades de forma que te abran los ojos como sólo los amigos saben hacer, todo el mundo es prescindible para ti. ¡Madre, qué soledad!
Además, es una condición humana el hecho de, consciente o inconscien- temente, dar para recibir. Si no esperas recibir, para qué molestarse en dar. Así que para evitar la decepción deberías mantenerte ajena al resto del mundo. Sin aportar y sin que te aporten. Yo, personalmente, no me siento capaz de hacerlo.
El problema de la decepción es que se lleva a matar con la confianza, así que cuando hace acto de presencia, la confianza hace mutis por el foro y desaparece de la escena. Y la confianza tiene un orgullo desmesurado, así que cuando se siente agraviada es muy difícil que dé su brazo a torcer y decida volver. Perder la confianza en alguien a quien quieres es horrendo, porque las cosas ya no son cómodas, ya no son fáciles. Porque empiezas a no contar con esa persona, porque ya no te crees lo que hace o dice, porque deja de ser esa persona especial para convertirse en alguien más de la masa.
La decepción, por otro lado, viene con efecto colateral y es el hecho de que te sientes idiota. Por no darte cuenta antes de que te iban a fallar, porque cómo has podido confiar cuando no es la primera vez que te pasa, porque la decepción se parece al engaño y el engaño siempre hace que una se sienta estúpida.
Y si eso fuera poco se suma el hecho de que el dolor por decepción es incomprendido. Lo cual es raro, porque todo el mundo lo ha sentido en uno u otro momento. Por ejemplo, tu novio te deja por otra y todo el mundo te compadece porque menudo cabrón está hecho y lo que es seguro es que no te merece. Tu familia, tus amigos entienden que el hecho de que te haya puesto los cuernos y te haya dejado es doloroso, humillante, pero no entienden que quizás lo que más te duele es la decepción que sentiste al enterarte. Porque para ti, tu novio era aquella persona en la que confiabas incondicionalmente, la que hasta el momento no te había mentido, ni engañado, ni faltado al respeto y el hecho de descubrir que te has equivocado, que en realidad parece que no le conocías tanto y que te ha tratado como si no le importaras nada, te decepciona, te hace sentir que ya no puedes confiar en nadie y que estás sola. ¡Vamos, un asco!
Sin embargo, hay algo peor que todo el dolor que viene con la decepción y es estar tan acostumbrada que, cuando ésta se produce, la aceptes, sin sentir ya nada.
La decepción, por otro lado, viene con efecto colateral y es el hecho de que te sientes idiota. Por no darte cuenta antes de que te iban a fallar, porque cómo has podido confiar cuando no es la primera vez que te pasa, porque la decepción se parece al engaño y el engaño siempre hace que una se sienta estúpida.
Y si eso fuera poco se suma el hecho de que el dolor por decepción es incomprendido. Lo cual es raro, porque todo el mundo lo ha sentido en uno u otro momento. Por ejemplo, tu novio te deja por otra y todo el mundo te compadece porque menudo cabrón está hecho y lo que es seguro es que no te merece. Tu familia, tus amigos entienden que el hecho de que te haya puesto los cuernos y te haya dejado es doloroso, humillante, pero no entienden que quizás lo que más te duele es la decepción que sentiste al enterarte. Porque para ti, tu novio era aquella persona en la que confiabas incondicionalmente, la que hasta el momento no te había mentido, ni engañado, ni faltado al respeto y el hecho de descubrir que te has equivocado, que en realidad parece que no le conocías tanto y que te ha tratado como si no le importaras nada, te decepciona, te hace sentir que ya no puedes confiar en nadie y que estás sola. ¡Vamos, un asco!
Sin embargo, hay algo peor que todo el dolor que viene con la decepción y es estar tan acostumbrada que, cuando ésta se produce, la aceptes, sin sentir ya nada.
Si DAS, DONAS, no debes esperar nada en retorno, sino no estas DANDO, estas PRESTANDO!
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