Pues eso, que ya era hora de comer y Cabrilla me llevó a un lugar de barbacoa muy resguardado y bonito. Problema. Al llegar nos encontramos con un grupito de adolescentes desbocados que cual animales salvajes se pusieron a marcar territorio. Literalmente. Meando delante de nosotros. Para que luego digan que no les enseñan nada en el instituto. Así que carretera y manta, a buscar otro "restaurante al aire libre".
Afortunadamente, hay uno en la entrada de la Foz de Lumbier y allá que sacamos los sarmientos, carbones, maderos, parrilla, chistorrica, choricillos, costillicas, ensalada, panecillo... A nuestro lado había un par de parejas de mediana edad preparando su fuego. Uno, que métele más madera que esto se apaga. Otro, que quita, que tú no sabes y así va de miedo. Una, que cuando comemos y sí ya están hechas las costillas. Otra, ¿hechas dices? que si te descuidas sale el cerdo andando...
Se me olvidó llevar periódicos. No importa, me dice Cabrilla, con papel de cocina nos apañamos. No, hombre no, tomad, nos dice una de las vecinas, que nosotros tenemos de sobra. Y Cabrilla, pese al viento huracanado, pese a las adversidades, acabó haciendo una hoguera que ni la llama olímpica. Y me dice: ¿puedes ir poniendo la carne en la parrilla? Y yo, claro, ahora mismo. Toma, ahí está. Le paso la parrilla y toda la carne se cae el suelo. ¿Qué haces?, ¿no has cerrado la parrilla?, ¿cerrado? no, yo te la pasaba para que acabaras de acomodar tú los chorizos. Y ahí nos ves, frotando las costillas y los chorizos con agua y papel de cocina. Los vecinos con la hoguera consumida y la carne cruda. El "sabio" de las barbacoas comienza a remover nuestro fuego y yo pensando: oye tú, deja ya de huevear que nos apagas el chiringuito. ¿Has traído platos? Pues no. Non ti preocupare, que los vecinos han traído de más y amablemente nos prestan uno. Y por el rabillo del ojo veo al vecino, primero robándonos las brasas y finalmente cambiando su parrilla a nuestro fuego. En fin... Pese a que casi me rompo un diente con una de las piedras que se quedaron en la costilla y a que el viento casi me arranca la cabellera, la comida fue perfecta.
Después, caminata para bajar esa acumulación de colesterol, a ver la Foz de Lumbier en todo su explendor. Al llegar al final, Cabrilla sugiere que vayamos a ver el Puente del Diablo, también llamado de Jesús, y yo pienso, ¿y dónde está eso, si ya no hay más camino? Ayyy, alma de cántaro. Pues por dónde se va a ir, por detrás del cartel que pone ¡Cuidado, zona muy peligrosa!
Aquí toda mi dignidad se quedó esperando sentada a que yo volviera. Para llegar al puente (que fue destruido en la Guerra de la Independencia, así que ni puente ni nada) había que pasar por una roca muy resbaladiza. Cabrilla, en su sabiduría infinita me sugiere que vaya por un lado, que según él "parece peligroso pero de verdad que es lo mejor" y yo miro un pequeño camino de apenas 20 cm. justo al borde del precipicio y ya digo ¡a tomar por saco, de perdidos al río, que es donde me voy a caer que yo soy muuuuy pato! El viento que ya superaba la velocidad de la luz, mi anorak que actuaba como capa (y ya sabéis lo que decía Edna de Los Increíbles "por la capa muere el superhéroe)) y la cámara de fotos que andaba dando, a estas alturas, un poco por riau. Cabrilla me tiende galantemente la mano y yo acabo casi a gatas, agarrada a su mano y a un saliente como si me fuera la vida en ello (que me iba, que me iba) mientras veo como el resto del mundo salta con una agilidad felina por las rocas resbaladizas.
Al final como que ver el puente desde arriba no tiene mucha gracia (más que nada porque sólo ves un trozo de piedra), pero salimos sanos y salvos (bueno, mi orgullo salió un poco magullado, pero nada que un buen lametón no pueda curar) y más contentos que unas pascuas. ¡Qué paisajes, qué naturaleza salvaje, qué bonito todo!
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