20 mayo 2012

Qué hacemos mal

De los errores se aprende. Una frase muy manida que es más falsa que un billete de 30 euros. Aprender solo (completamente solo, no leyendo libros ni escuchando a otras personas) es muy difícil, casi imposible, diría. Por eso, cuando somos pequeños tenemos unos padres que nos muestran cómo coger la cuchara, cómo atarnos los cordones, cómo montar en bicicleta... Unos profesores que nos enseñan a leer y escribir, a sumar y restar, algunos, incluso hasta a cuestionarnos las cosas y a pensar por nosotros mismos. Unos entrenadores que te dicen cómo golpear el balón, cómo encestar, cómo hacer una llave de judo... Te enseñan a hacer todo eso, y cuando te equivocas te dicen en qué te has equivocado y qué tienes que hacer para mejorar. En eso consiste el aprendizaje.

Sin embargo, en la vida pocas veces te dicen en qué te equivocas y casi nunca qué tienes que hacer para no cometer el mismo error la próxima vez. Normalmente, cuando las cosas salen mal, tienes que averiguar, por ti misma, si hiciste algo mal o fueron otras circunstancias las que provocaron el fallo. Y si determinas que la responsabilidad es tuya, tienes, entonces, que averiguar qué es lo que hiciste mal y cómo hacerlo mejor para la próxima vez. 

De los errores se aprende. Si la vida fuera un test de sí o no, verdadero o falso, a o b, de los errores aprenderíamos. Dije sí, verdadero o a y no funcionó, así que debe ser no, falso o b. ¡Perfecto, ya lo sé para la próxima! Pero la realidad es que cada vez que te equivocas hay infinitas posibilidades de actuación, y a no ser que tengas más suerte que Carlos Fabra, es probable que la siguiente vez tampoco funcione, y puede que la próxima tampoco... 

Esto se puede aplicar a la mayor parte de las interacciones humanas que se dan en la vida. Pero pongamos el caso de las relaciones amorosas, cuyos errores, aciertos, casualidades y demás, tanto juego dan en la literatura y el cine. Cuando una relación se acaba y tú no has tomado la decisión de finiquitarla, normalmente te preguntas ¿por qué?, ¿qué he hecho mal?, ¿en qué me equivoqué? Sería de gran ayuda que tu ex-pareja tranquilamente y honestamente te dijera: me he enamorado de otra persona, o me he dado cuenta de que lo que me dabas cuando comenzamos no me lo das ahora, o ahora necesito más de lo que me das u otra cosa, o eres demasiado controladora, o independiente, o te cuesta demostrarme que me quieres, o me lo demuestras demasiado, o no cuentas conmigo cuando las cosas van mal o sólo lo haces cuando las cosas van mal o... Lo que sea. Lo pasas mal durante un tiempo, pero te sobrepones y en tu siguiente relación ya sabes qué debes evitar, o al menos moderar. 

Sin embargo, cuando una relación se acaba y tenemos la fortuna de que nuestra ex- pareja nos dé una explicación, las respuestas que recibimos suelen ser: No eres tú, soy yo. No estoy preparado para un mayor compromiso. Necesito tiempo para pensar. Ya está, no aguanto más. ¿No aguantas más qué? A ti. ¿Cómo? Primera noticia. O el temido ya no te quiero. Así, duro, seco. Como un disparo al corazón.

¿POR QUÉ?, ¿QUÉ HE HECHO MAL? Una y otra vez, dando vueltas en tu cabeza, rebotando. Como una bola de pinball. Como una letanía. Como un veneno que se cuela en tu sangre emponzoñándote el corazón, el cerebro, la razón. Pasa el tiempo, pasa la pena. Pero la siguiente vez que tengas enfrente una relación tendrás miedo. Miedo a equivocarte, a sufrir como la vez anterior. Miedo a equivocarte. Porque no aprendiste en qué fallaste y cómo actuar correctamente esta vez. Porque la única enseñanza que procesaste es que cuando haces algo mal hay consecuencias, y las consecuencias normalmente hacen daño, y tú no quieres volver a equivocarte, ni a pasarlo mal.

Si tienes la suficiente resiliencia y valentía te sobrepondrás y enfrentarás todos tus miedos, y a pesar de que puedes equivocarte de nuevo lo volverás a intentar, porque te dirás a ti mismo que tener éxito en una relación depende no sólo del conocimiento, sino de la suerte y la intuición que tengas y todos creemos que la suerte estará de nuestra parte (¿por qué, si no, jugamos a la lotería?). Si no, construirás a tu alrededor un muro más largo y ancho que el de Berlín, para aislarte de los peligros y de los fracasos. Un muro que te mantendrá sano y salvo. O preso, según cómo se mire. 

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