Uno de los libros que escribió fue éste, que es una recopilación de cuentos populares japoneses. Es curioso como de norte a sur y de este a oeste, todos los pueblos han inventado historias para explicar la existencia del sol, de la luna, del mar, de las estaciones... Pero más allá de eso, los cuentos me dicen que los nipones son un pueblo que valora la bondad, la valentía, la modestia y sencillez, que venera a sus ancianos, que se preocupa por el paso del tiempo, que tiene una obsesión con la belleza (particularmente de la mujer) y con la riqueza (particularmente del hombre), que endiosa a los fenómenos naturales y los personifica en animales, y, sobre todo, que es terriblemente machista. Y esto, ha hecho que me echara para atrás todos los cuentos, menos el de "El niño que dibujaba gatos", que me ha gustado mucho.
Para muestra un botón:
"Hace mucho tiempo vivió, a una jornada de viaje de la ciudad de Kioto, un caballero acomodado, pero de maneras sencillas. Su mujer, que descanse en paz, había muerto hacía muchos años, y el buen hombre vivía en calma y tranquilidad con su único hijo. Se mantenían apartados del género femenino, sin querer saber nada de su zalamerías ni de sus molestas costumbres..."
Bajo la tierna e ingenua forma del cuento infantil se ocultan valores y costumbres no siempre sanas para el desarrollo del niño/a y para las relaciones respetuosas y equitativas entre géneros. Valores y costumbres que éstos/as van interiorizando y transmitiendo de generación en generación. Lo peor es que parece que esa apariencia inofensiva sirve de excusa para crucificar a toda persona que ve en los cuentos infantiles algo más profundo que una historia para dormir o para entretener. ¡Qué pena!
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