24 febrero 2010

Excursiones

Aunque sólo llevo trece días en Ecuador ya he hecho dos pequeñas excursiones fuera de la capital.

La primera fue al poco de llegar, el lunes 15, aprovechando de que había puente por Carnavales. Fue el día que me trasladé a mi nueva casa. Los padres de mi compañera de piso me pasaron a buscar al hostal en el que me quedaba y me llevaron a mi nueva casa. Después me propusieron ir a la Mitad del Mundo y para allá que nos fuimos.

Primera parada Reserva Geobotánica de Pululahua. Es un volcán que erupcionó y de la presión salió una montaña en medio.

La foto es espectacular pero no es mía, porque cuando llegamos al volcán había tal niebla que apenas se veía a más de tres metros. En fin, otra vez será. Lo bonito es que se puede bajar hasta el valle que se ha formado en el cráter y hacer trekking y quedarse a dormir en una hostería que hay.

Seguimos el camino, despacio, porque debido al puente había mucho tráfico y llegamos a la Mitad del Mundo. Hay un monolito que indica los puntos cardinales (en la foto estoy en el Oeste, con un pie en cada hemisferio). Se puede subir al monumento pero la verdad es que había mucha gente. Al lado del monumento está el pueblo español (aunque el nombre es cuestiobable). Unas pocas casitas, con una plaza en medio con muchos restaurantes y muchas tiendas de artesanía.



La segunda excursión fue a Otavalo. No tenía pensado ir, ni tan siquiera había oído hablar del lugar, pero Montse, una compañera de UNIFEM y becaria del Gobierno Vasco me lo propuso y desde luego que dije que sí.

Quedamos el sábado a las 7:30 de la mañana (yo, en mi línea llego 10 minutos tarde). Teníamos que coger un autobús hasta el aeropuerto y allí otro hasta la estación de autobuses de Carcelén, al norte. Cogemos el autobús al aeropuerto y habla que te habla nos damos cuenta de que nos hemos pasado el aeropuerto hace rato. Nos bajamos y ¡hala!, andando que nos tuvimos que ir para allá. Llegamos a la parada del bus que iba a Carcelén y espera que te espera y no llega. Vemos a una mujer que también espera y nos ponemos a hablar con ella. Al final echamos a andar a la siguiente parada y al rato (habían pasado ya 45 minutos) aparece el bus. Seguimos hablando con la señorina y de pronto nos dice que tenemos que bajarnos, que es nuestra parada. Nos bajamos y descubrimos, que no señor, que nos quedaba aún rato hasta la parada. ¿Qué hacemos? Un señor muy amable nos dice que por el mismo precio que el autobús, 25centavos, podemos coger un taxi ruta hasta la estación. Ya por fin llegamos y cogemos el autobús para Otavalo (las diez de la mañana). El viaje, dos horas, no porque Otavalo esté muy lejos sino porque el autobús hacía muchas paradas e iba a paso burra. En la radio, a todo trapo, canciones de los Hombres G y de los Héroes del Silencio (surrealista).

Ya llegamos, cansadas a Otavalo, pero después de comprarnos algo de fruta nos vamos al mercado de artesanía, que es por lo que es famosa la ciudad. ¿Qué quieres comprar? No sé, no sé. Precios abusivos por ser "gringas", mucha gente. Montse mareada, yo en la luna de Valencia. Alejémonos entonces de la gente. Y nos vamos por las calles menos concurridas. Nos entra el hambre. Un almuerzo modesto pero rico y para bajar la comida un paseíllo hasta el lechero. El lechero es un árbol (parecido a un baobab) que se supone que tiene poderes curativos. La subida hasta el lechero, alrededor de 5 km. Montse como una cabra montés y yo sin aire en los pulmones (maldita altura). Al final llegamos y descubrimos unas vistas espectaculares de la Laguna de San Pablo. Claro que también descubrimos a un policía en posición horizontal con su enamorada. Y la moto aparcada debajo del árbol. Se levantan, ella con el pelo todo alborotado y la ropa llena de briznas de hierba. El colocándose el uniforme. Intenta arrancar la moto y no le arranca. Al final lo consigue y se va dejando a la mujer para que bajara sola. Sin comentarios.



Apenas son las cuatro de la tarde y estamos reventadas. Nos volvemos a la estación. Otras dos horas de camino en un autobús abarrotado. Se me ruedan las papayas que había comprado por el suelo del autobús y pierdo una. Llegamos a Quito y descubrimos que por 25 centavos cogemos un bus que nos deja directamente en la parada de la Ecovía Río Coca. Dos horas y media para llegar a Carcelén y apenas una hora para volver. Supongo que son los gajes del principiante. Corto, aparatoso pero un bonito día.

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