Aviso a los navegantes. Este post no va a contar nada nuevo. Es probable que no me salga ni tan siquiera ameno. Esta entrada la escribo para sacar la mala luna que me embarga con el whatsapp y, sobre todo, con el comportamiento de los y las que lo usan.
Cada día pienso más de diez veces en borrar el programa de mi móvil, en tirar el teléfono a la basura y rescatar algún antiguo zapatófono del baúl de los recuerdos o en bloquear a la mitad de mis contactos. ¿Que por qué no lo hago? Pues no lo sé, no tengo una explicación a eso, más allá de que soy una incoherente y que se me escapa la fuerza por la boca.
Hay muchas cosas que me crispan de los whatsappeantes, pero como tampoco quiero cargar las tintas dejo un ejemplo de algunas de ellas:
1.- La ausencia de horarios

Absolutamente no.
Lo más curioso es que cuando me quejo de esto la gente me contesta: "Pues ponlo en silencio o apaga el móvil". No, si al final la culpa será mía. Pues a lo mejor me paso por la puerta de tu casa a las 4 de la madrugada todos los días, a tocar el timbre, y cuando te quejes y te molestes yo te digo: "Pues corta la electricidad". Ridículo, ¿no? Pues eso. No quiero que nadie me vuelva a mandar ningún puñetero whatsapp más tarde de las 11 de la noche ni más pronto de las 9 de la mañana, a no ser que sea una urgencia o fin de semana y la otra persona sepa, a ciencia cierta, que estoy por ahí de fiesta. He dicho.
2.- El teléfono escacharrado
No sé si llamáis así a ese juego tan divertido al que, al menos yo, jugaba de niña. Es ese en el que un grupo de personas se ponen en círculo y se van trasmitiendo una frase al oído y la frase que resulta al final es absurdamente opuesta a la dicha al inicio. Bueno, pues mucha tecnología, muchos satélites, ondas y lo que queráis, pero los mensajes de whatsapp acaban siendo como mensajes del teléfono escacharrado. Entre lo "bien" que funcionan las pantallas táctiles de los móviles, que algunas personas no tienen dedos sino salchichas, el maldito corrector que te cambia o directamente se inventa las palabras y que la gente ha decidido que escribir las palabras enteras y correctamente es muy aburrido, es más complicado leer un mensaje de whatsapp que ver una película en codificado en Canal +. Si no os contesto a los mensajes, podéis empezar a pensar que es porque no he entendido la pregunta. Es probable que no os equivoquéis.
3.- El arte de no decir nada

4.- La dilatación de la inmediatez
Odio, repito ODIO que me manden un whatsapp preguntándome qué tal estoy y cuando contesto con el típico bien, ¿y tú?, la otra persona tarde horas en contestarme (curiosamente la respuesta suele llegar entre las 11 de la noche y las 9 de la mañana). Si no puedes o no te apetece hablar conmigo, ¿para qué narices me escribes y me preguntas? Escribidme si tenéis algo que comunicarme, si queréis o necesitáis hablar conmigo o si queréis preguntarme algo y conocer la respuesta. Para todo lo demás, no estoy disponible, así que olvidadme e ir a molestar a otro móvil.
5.- Más vale llamada en mano que mensajes volando
No me voy a meter en el bardal de hablar de que cada vez es más difícil que reciba una llamada al móvil que no sea de una compañía de telefonía (habitualmente no con la que yo tengo contrato), porque ya sé que la gente prefiere mandar un whatsapp a hablar en vivo y en directo, porque son gratis y bla bla bla, pero que digo yo, que si la que llama soy yo, ergo la que se va a gastar el dinero soy yo, por qué no me coges el teléfono y sin embargo no paras de mandarme mensajes a través de este programa infernal. La última fue de una amiga de hace décadas. Llega su cumpleaños y la llamo. No me coge el teléfono. Estará ocupada, me digo. Voy a mandarle un whatsapp para felicitarla no vaya a ser que luego me olvide de llamarla. A los diez segundos de enviar el mensaje recibo uno de ella diciéndome Muchas gracias. Aquí en el blog no hay emoticonos de esos, pero ahora mismo me vendría de perlas una de esas caras de estupefacción. ¿Te pillo ocupada? le pregunto. No, ando aquí tomando un café con una amiga. ¡Ah! Es que te acabo de llamar para felicitarte y no me has cogido. ¡Huy, pues no lo he oído! ¡Yaaaa, clarooooo, la llamada no la has oído, pero el pitido de haber recibido un whatsapp ha sonado como una bocina! Vamos que qué guay que ahora tengamos tantas formas de comunicarnos para hablar cada vez menos y de más tonterías.
En agosto se me acaba la gratuidad del whatsapp. Creo que va a ser el momento y la excusa perfecta para prescindir de ese "servicio" que tan poco servicio me hace y tan de mala leche me pone.
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