Me he sentido bastante morbosa leyendo El hijo de Michel Rostain, y más porque hoy he comido con el tenedor en una mano y el libro en la otra, lo cuál me ha parecido lógico en su momento (más que nada porque me había enganchado y quería terminarlo) pero totalmente insano después.
Es morboso y es insano porque El hijo es una historia autobiográfica. Y triste. E íntima. El 25 de octubre de 2003, a las 16:17 hrs, Lion, el hijo de 21 años del autor, Michel Rostain, muere repentinamente de meningitis fulgurante. El dolor que, tanto Michel como su mujer Martine, sienten al perder a su único y queridísimo hijo es tan insoportable que por sus mentes les pasan pensamientos negativos de todo tipo.
A lo largo del libro, narrado en tiempo presente por el hijo ya ausente, se nos cuenta los días de antes de su muerte, el día mismo, los días posteriores, el funeral, la cremación... se cuenta lo que pasó, por la vida de Michel y Martine, por la cabeza de Michel, por el corazón de Michel. Se cuenta cómo salieron de ese terrible vacío que la muerte de Lion les trajo sin dejar de recordarle cada día y no sólo en el pensamiento, sino a través de conversaciones, de fotos, de viajes catárticos. Se cuenta cómo, poco a poco llegaron a convencerse y a asumir que "se puede vivir con eso".
He llorado unas cuantas veces y he sonreído otras cuantas. He pensado, he sufrido con su dolor, me he preguntado cómo terminaría, me he preguntado si terminaría. Terminó. El libro. Y ahora no sé si seguir pensando en ello o correr el telón para que comience otra función. Son las 00:25 de la noche y tengo que tomar una decisión: llevarme a la muerte a la cama o despistar a Morfeo durante un rato más, mientras lleno los rincones de mi cerebro con otras cosas. Sea lo que sea, aquí termino.
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