No conozco mucho de la literatura actual de los Balcanes, y es que, a pesar de que la biblioteca del barrio está sorprendentemente bien provista, no es fácil dar con obras minoritarias. Por eso, cuando encontré Cirkus Columbia, del bosnio-herzegovino Ivica Djikić, no pude evitar cogerlo y eso que a estas alturas tendría que estar ya estudiando.
Pero vamos al libro. Es breve, de apenas 130 páginas, lo que cada vez valoro más. Porque cuanto más leo, más me doy cuenta de que a la mayor parte de los libros que pasan de las 300 páginas le sobran, al menos, la mitad. Y es que no hay tantas historias que merezcan tantas páginas, por mucho, que sus autores se empeñen en demostrar lo contrario.
La trama de este libro comienza en el verano de 1991, en un pequeño pueblo bosnio, al que llega Divko Buntić, un vecino que había emigrado a Alemania, de la que vuelve en un Mercedes blanco, podrido de dinero, con una mujer mucho más joven que él, musulmana, y un gran gato negro que es su ojito derecho. Al día siguiente de su llegada, el gato se pierde porque Martin, el hijo de Divko, se deja la ventana abierta. Buntić se encierra en sí mismo y ofrece una recompensa de 2000 marcos al que lo encuentre. Este hecho romperá la tensa calma que envolvía la localidad y a sus habitantes. Pocos meses después estalla la guerra y las cosas se salen de madre.
Estaba leyendo el libro y a cada página me parecía que me iba zambullendo, más y más, en uno de esos mundos surrealistas que crea Emir Kusturica, pero sin su componente humorístico, aunque supongo que todo es según cómo se mire. Como me pasa casi siempre, tras leer el libro descubrí que el director bosnio Danis Tanović llevó la historia al cine en 2010. No he visto la película, pero después de ver el trailer intuyo que Tanović ha decidido aligerar, al estilo Kusturica, la angustiosa opresión de la novela que hace cierto el dicho: "pueblo pequeño, infierno grande".
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