Cuando era pequeña leía muchos libros. De los Hollister, de Enid Blyton, los cómics de Don Micky, los de Elige tu propia aventura y, bueno, básicamente todo lo que caía en mis manos. Pero si hubo algún libro que me marcó, éste pertenecía, sin duda, a la colección de El Barco de Vapor. Me acuerdo, perfectamente, de muchas de las historias y, aún hoy en día, de cuando en cuando, me entra la morriña y releo alguno.
Uno de esos libros es La Nariz de Moritz, de la escritora austriaca Mira Lobe. Cuenta la historia de Moritz Nope,un cartero que se constipa y que, después de un fuerte estornudo, es capaz de olerlo todo, hasta los sentimientos de las personas. Lo que, en un principio, era una novedad para Moritz, pronto se convierte en una pesadilla, porque muchas personas quieren aprovecharse de su poder y la vida se le complica.
Me gustó la idea de que pudiera oler los sentimientos, incluso los escritos en cartas cerradas. A mis siete u ocho años, ese hecho me pareció muy sensible y tierno (ahora también, pero lo digo en bajini para no parecer demasiado ñoña). Moritz y yo tenemos algo en común y es el buen olfato (obviamente, yo lo tengo bastante menos desarrollado que él). El olor a salitre, a hierba recién cortada, a vainilla, a ropa limpia, el olor a estiercol, a perro mojado, a sudor, a gasolina. Algunos agradables, otros no tanto. Algunos evocadores, otros anodinos. Pero todos especiales, únicos.
Para mí el olfato tiene su propia memoria. Los olores conocidos me transportan a personas, momentos, sensaciones, sentimientos ya vividos. El olor a salitre me traslada a Santoña, el de gasolina a Quito, el de ropa limpia a un callejón de la calle Isaac Peral de Santander. Entiendo que el desodorante, las colonias, el ambientador... son importantes en determinados momentos, pero yo prefiero los olores no disfrazados. Me gusta entrar en las casas y olfatearlas. Cada una con su aroma. Único. Me gusta la gente que no usa colonia. ¡Pero si no huele a nada! Me dicen y yo pienso, de tanta colonia se nos está abotargando el olfato. Claro que huele la gente por sí misma. Más dulce, más agrio, más ácido, más salado... No importa que uses el mismo detergente y el mismo suavizante. Tu ropa no huele igual que la de tu pareja, la de tu vecina, la de tu amigo.
Los olores corporales son importantes, y si no que se lo pregunten a Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de El Perfume, que monta todo ese tinglado porque su ausencia de esencia provoca rechazo en los demás. Nos gusta estar cerca de los bebés, porque huelen bien (siempre que no hayan evacuado sus residuos). A fresco, a nuevo, a ternura. Nos echa un poco para atrás estar cerca de los ancianos, porque huelen a carne en corrupción, a naftalina.
¿En qué es en lo primero que te fijas cuando conoces a un chico?, ¿en sus ojos, en sus manos, en su boca, en su culo? En su olor. Puede ser el chico más guapo del mundo, el más divertido, el más inteligente, el más tranquilo, que si no me gusta como huele, mis sentimientos hacia él no prosperan. Pero si me gusta, me tendrá medio conquistada. Y no tiene nada que ver con la colonia o el desodorante que use.
Aún me acuerdo del espectacular olor de un hombre con el que coincidí hace 15 años en un vagón abarrotado del metro de París. Y ese recuerdo es más nítido que todos los monumentos que vi. ¡Qué pena que haya aromas que no se puedan embotellar!
Veo que tu y yo leíamos las mismas cosas de peques :) yo aun tengo un montón de ellos guardados a la espera de que MiniLu pueda leerlos :)
ResponderEliminarY sobre los olores, yo también soy doña olfato, los buenos olores me encantan y evocan recuerdos, los malos me dan dolor de cabeza :(