El jueves pasado, aprovechando que era Semana Santa, me fui con dos amigas, Ojos Verdes y Corina, a Riobamba.
Riobamba, más conocida como Friobamba o "La Sultana de los Andes" es una ciudad de alrededor de 170 mil habitantes que se encuentra a 2.700 m. de altura en medio de la Coordillera de los Andes. Es llamada también "Cuna de la Nacionalidad Ecuatoriana" porque fue la primera ciudad española fundada en Ecuador por Diego de Almagro, en 1534.
En fin, que el jueves por la tarde nos cogimos un autobús y nos fuimos para allá. El viaje no es demasiado largo (alrededor de tres horas y media). Llegamos a las diez de la noche y nos fuimos directamente al hotel, El tren dorado, que se encuentra en la Calle Carabobo con Diez de Diciembre, al lado de la estación de tren. Duchita y a buscar un lugar para cenar. Recorrimos la calle León Borja, llena de restaurantes y bares, hasta encontrar abierto un local llamado San Valentín. Comida variada, bastante económica y muy rica y un ambiente interesante.
A la cama. Al día siguiente vagueamos un poco hasta las 8 de la mañana y entonces llamamos al taxista que nos había llevado la noche anterior al hotel y le pedimos que nos subiera al Chimborazo. Llega y me pregunta si puede llevar a su esposa de paseo. Claro, digo yo y entonces la va a recoger y aparece ella con unos tacones de aguja de diez centímetros, vestida de domingo y maquillada para boda. El pensamiento, primero para cada una y luego puesto en común, fue "pero cómo va a subir esta mujer el volcán vestida así".
Llegamos al volcán. Silencio, desierto de piedras negras, picos nevados. Empezamos la subida y nos encontramos con más de diez lápidas desperdigadas por ahí, de las personas que perdieron la vida intentando subirlo. "Vaya por Dios", esto seguro que se le ocurrió a algún especialista en motivación. Para sorpresa de las tres, la esposa del taxista subía como cabra montesa y a nosotras sólo se nos ocurría la explicación de que los tacones le hacían las veces de piolet. La subida era de alrededor de un kilómetro hasta el refugio. Estábamos a más de 4.500 m. de altura. A los primeros pasos empecé a sufrir algunas de las consecuencias de la altura. El aire no llegaba bien a los pulmones, empezaba a marearme un poco y me notaba como si estuviera borracha y no fuera capaz de caminar en línea recta. Corina, una de las chicas con las que iba, recién llegaba al país y no estaba acostumbrada a la altura, y además estaba con catarro, así que no podía respirar y se tenía que parar cada pocos metros. Cuando al final llegamos al refugio, a 5.000 m. de altura nos confesó que estuvo a punto de no subir pero que su orgullo no hubiera soportado que la mujer subiera con tacones y ella no pudiera subir.
A mi me gustó la subida. Mis pulmones ya se han acostumbrado a la falta de oxígeno y soy capaz de subir a un ritmo interesante las cuestas de Quito (que está a casi 3.000 m. de altura) y en este caso el volcán. Hacía un airecillo frío que me estimulaba y lo único que podía escuchar era mi respiración y un ligero pitido en los oídos. Nunca he sido una amante de subir montañas pero la verdad es que uno se siente muy bien. Yo me sentí bien. Después de disfrutar un poco de la nieve que había allí y calentarnos con un chocolate caliente, descendimos. Y otra vez se nos vino a la cabeza que la esposa del taxista se iba a torcer un tobillo porque realmente la subida fue bastante pindia por lo que la bajada era complicada. Pero no señor, ahí estaba ella toda digna y clavando los tacones con fuerza, bajaba cual rebeco apurado.
En fin, llegamos a Riobamba vivas y coleantes, lo cual no es moco de pavo, pues el coche del taxista no tenía velocímetro e iba a mucha más velocidad de la permitida. Como era Viernes Santo decidimos seguir la tradición y buscar un lugar que nos diera para comer el plato típico, la fanesca. Ya expliqué hace un mes, más o menos lo que era, así que no me lo hagáis repetir. :o) Luego me arrepentí de haberlo comido, porque otro de los efectos secundarios de la altura es que tardas en hacer la digestión muchísimo más tiempo de lo habitual.
Habíamos quedado con dos amigos de Ojos Verdes, que andaban por la ciudad, así que fuimos a su encuentro.
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