Cuando tengo tiempo voy andando al trabajo. Son apenas veinte minutos que me vigorizan y me hacen empezar bien el día.
Bajo por el Batán y camino por Seis de Diciembre hasta el semáforo de la Ecovía. Después cojo Checoslovaquia y giro por Suiza hasta llegar a la Shyris. Es ahí donde comienzo a cruzar el Parque de La Carolina.
Un hombre intenta enseñar a comportarse a más de media docena de perros. Los ladridos. Una anciana indígena, delgada, diminuta, sentada en el bordillo de la acera que con una sonrisa desdentada me ofrece un caramelo o una chocolatina. El camión de la policía equina con un conductor que siempre me sonríe. Dos ancianos que pasean todos los días vestidos en chandal, con gafas de sol y grandes viseras. El olor a hierba cortada, el sonido de los cortacesped, un chico plantando en la Escuela de Jardinería, un grupo de escolares uniformados gritando felices porque se fueron de excursión al Jardín Botánico, gente corriendo, gente que va camino del trabajo, el sonido de los coches de fondo.
Se acaba el parque y vuelvo a la selva de coches. Cruzo República y camino por Amazonas hasta llegar al Centro Comercial El Jardín. Unos cuantos minutos hasta conseguir pasar la calle. Y ya estoy en el trabajo. Con Ángela y Eva, las recepcionistas sonriéndome. Con el guardia esperando una de mis bromas. Con la agradable incertidumbre de lo que me deparará el día.
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