Soy una de esas personas. Sí, esas que tienen que ir contracorriente. Las que ven las películas en versión original, escuchan cualquier canción que no esté de moda, siempre le gusta la ropa de otra temporada y le entran sudores sólo con pensar en las fiestas navideñas.
Es complicado eso de no traicionar los sentimientos propios pero, a la vez, no parecer una friki terminal. Felicitar las fiestas a gente que no conoces, tener que estar alegre, las tensas reuniones familiares... Y siempre me he hecho dos preguntas. ¿Por qué tengo que celebrar el año nuevo cuando mi año nuevo empieza el día de mi cumpleaños?, ¿por qué no importa lo que me pase en navidades -si me ha dejado el novio, me va mal en el trabajo o simplemente el hecho de que se acabe el año me hace darme cuenta de que uno más que se marcha sin pena ni gloria- yo tengo que estar feliz y si no lo estoy pues enseguida soy una aguafiestas?
No soy muy religiosa. Me importa un bledo si Jesucristo nació el 24 de diciembre o el 17 de mayo y por supuesto me parece una papanatada celebrar el 2008 aniversario de nadie. Y qué decir de la celebración del fin de año. Fin de año de los católicos, porque yo creo que el 82,81% de la población mundial que no está bautizada opinará algo distinto. Y todos me dicen que es la tradición. Tradición también era no comer carne el Viernes Santo y todo el mundo se la ha saltado a la torera. Las tradiciones cambian.
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