Hoy estoy nostálgica, melancólica. Me gusta este sentimiento cuando no viene mezclado con la tristeza. Es suave, tranquilo, me hace sentir en una niebla donde lo único que importa es lo que está dentro de mí porque lo de fuera no lo veo.
Llegó pensando en Chile, en la rutina de Santiago, en los carretes con los amigos donde revolvíamos nuestro mundo sin poder arreglarlo. Es curioso, no me hace falta cerrar los ojos para recordar mi habitación naranja cuando me despertaba, la ducha que se caía de vieja, a Bubi andando detrás de mi, mirándome con sus grandes ojos tristes cómo salía por la puerta para ir a trabajar. El piropo del aparcacoches y el saludo del vigilante del parquímetro. La calle llena de árboles, la acera de hojas y de hoyos, el cielo luchando por ser azul, el Cerro San Cristóbal. Pérez Valenzuela, Providencia, Miguel Claro, el Telepizza, la lavandería, la iglesia, Román Díaz, Huelén, Rafael Cañas, el saludo del chupacabras y empujar la puerta del centro, donde siempre me recibía alguien con una sonrisa.
Yo que huyo de la rutina echo de menos esa "costumbre". Tengo nostalgia de Chile, de la aventura que era para mi estar allí, del cariño que todo el mundo me profesaba, de la sensación de un vasto futuro lleno de experiencias.
He comenzado entonces a pensar si cualquier tiempo pasado fue mejor. Si mi presente es peor que lo que viví. Si me siento yo peor. No. Mi vida es una rutina que me obliga a hacer pequeños cambios para que cada día sea diferente, aunque sea en el detalle. El pasado es mejor porque pienso en él en ese preciso momento en que el presente no lo es. Es una cuestión de coordinación. Quiero pensar que soy feliz o al menos que soy capaz de serlo, así que cuando no me siento así, en el presente, echo mano del pasado, o hago planes para el futuro. Cualquier cosa para aprovechar mi paso por el mundo.
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