18 febrero 2010

No todos los días pueden ser buenos

Ayer fui un día extraño, incómodo. Me despierto a las seis de la mañana y me niego a levantarme tan pronto así que cierro los ojos y a dormir otra vez. Suena el teléfono y es el padre de mi compañera de piso que viene a traerme una lámpara para la mesilla de noche. Miro el reloj, las siete y cuarto de la mañana. Ufff.

Me levanto y me preparo el desayuno mientras me leo los doscientos mil correos que tengo. Llaman al teléfono otra vez, pero es mi madre. Me hace mucha ilusión porque hacía una semana que no hablaba con ella. Me preparo y me lanzo a la calle. Tengo muchas cosas que hacer. El cielo está nublado y yo, ingenua salgo con una chaqueta, pero en cuanto salgo a la calle me doy cuenta de que me he equivocado, que hace un calor que se caen los pájaros. 

Primera parada: el consulado de España, para darme de alta. Una cola que para qué contarte de gente que quiere viajar a España. Cuando me toca mi turno me dan un papel y me echan con cajas destempladas. Segunda parada: el instituto Fulbright para ver si me apunto a clases de inglés. Paso por delante de donde se supone que está y no lo veo, así que me acerco a Correos a comprar unos sellos. Otra cola, y las señoritas que atienden que no tienen prisa y le dedican sus quince minutos a cada persona. Llega mi turno. ¿Podría darme, por favor, diez estampillas para España? 22,50$ (un poquito caro, ¿no?). Le doy 23$ y me dice que no tiene cambiado y me mira con cara de que cómo se me ocurre no dárselo cambiado. A esperar a que traiga el cambio, grrrr... Voy al banco a sacar dinero y me doy cuenta de que me cuesta andar así que me miro el zapato y ¡se me ha despegado la suela y parece un cocodrilo con hambre! y yo con 20 dólares en el bolsillo y a más de 20 minutos andando de mi casa. Entro en un local a ver si me cambian. Consigo que me den dos billetes de 10 y luego paro un taxi. Me pone mala cara cuando le digo que sólo tengo 10 dólares y ve su oportunidad para regatear duro. Yo sólo quiero que me lleve así que le dejo ganar. 

Por fin en casa y con zapatos nuevos. Voy al banco y después de esperar otra cola la cajera me dice que no me puede dar el dinero. Vamos a ver, que no puede ser, que esta mañana me han llamado del banco para decirme que ya llegó mi dinero y que me pase por cualquier oficina del Banco Pichincha. Espera que lo consulto con mi compañero. Me cambio de ventanilla. Que si llamada por aquí, que si llamada por allá. Pues no, que si usted no tiene cédula de indentidad ecuatoriana que no puedo darle el dinero porque no puedo ingresar en el sistema. Pero qué dice, ya me quitaron el dinero, el dinero está aquí, me llaman para que lo recoja ¿y ahora es que no? Salgo echando humo como una chimenea y paso por el cajero para sacar dinero para pagar el departamento. Por dios, que no me cobren un potosí.

Llego a casa y no me da tiempo a comer porque a las dos tengo una reunión en el trabajo. Me voy andando para allá y cuando llego no hay nadie porque la cambiaron para las dos y media. Grrrr... a esperar. Empieza la reunión. Repiten el documento que ya me había leído y dura más de dos horas. Grrrr... Me vuelvo a casa, pero antes paso por el supermercado. A las seis y media llego a casa y respiro tranquila. Me pongo a hacer una tortilla de patata para mi compañera de piso. Estoy cansada y quiero irme a la cama y apenas son las 8 de la tarde. Quién me ha visto y quién me ve. Aguanto hasta las diez no sé cómo y me deslizo en brazos de morfeo. Mañana será mejor. Seguro.

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