Lo malo es que la puñetera es muy buena y tiene varios clientes fijos y muchos más variables. Y el mismo encanto de Jan Erick Olsson, atracador y secuestrador que dio origen al “Síndrome de Estocolmo”. La soledad te hace daño, te priva de la energía, de la alegría y de todo lo que acaba en ía en tu vida y a cambio tú la defiendes y la mimas como si fuera tu protegida.
Esta noche la soledad vino a visitarme. Debe de agradarle mi compañía porque lleva ya unos meses haciéndolo. Pero hoy ha cogido el toro por los cuernos, se ha puesto sus mejores galas y ha venido a quemar todos sus cartuchos. Me pilló con la defensa baja y fuera de mi territorio. No estaba la familiaridad de mi habitación ni la aturdidora pero salvadora televisión, así que recurrí a mi última baza; el paseo en coche y una última parada en el paseo marítimo para ver cómo las olas se ensañaban con las rocas.
La soledad se me adelantó. Cuando llegué ya estaba allí. Ocupada. Halagaba los oídos de un señor de unos cincuenta años, con pantalones vaqueros, chaqueta de traje verde, calvo, moreno y con bigote, a 20 metros de una botella de cerveza de litro y el baile de san vito que le impedía quedarse quieto más de un segundo. El hombre intentó huir, cogió el móvil y llamó. No le funcionó y por cobarde o por respetuosa arranqué el coche y me fui para dejarles intimidad. El hombre me miró. Una mirada vacía del que ya no quiere luchar y se deja llevar. No quiero que se lo lleve pero me alivia saber que se enfocó en otra persona. Al menos por esta noche. Mañana ya veremos.
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