01 noviembre 2013

Chabon no me convence

Cogí La solución final , de Michael Chabon, de la biblioteca porque lo que contaba la contraportada prometía, pero algo no cuadraba y tenía la sensación de que no estaba haciendo una buena elección. Si es que a veces hay que seguir los instintos. 

Contraportada: 
En su largo retiro en la campiña inglesa, un anciano de 89 años, que según rumorean los lugareños fue años atrás un famoso detective, vive apartado del mundanal ruido. Un día irrumpe en su ordenada vida Linus Streinman, un muchacho judío y mudo que ha escapado de la Alemania nazi con un loro gris como único compañero. ¿Qué significa la misteriosa cadena de números en alemán que el loro repite incesantemente? Michael Chabon reinventa el clásico relato detectivesco decimonónico y lo convierte en una historia de suspense moderna. 


No sé ni por dónde empezar. Es un libro corto (¡menos mal!), donde pasan muchas cosas que se cuentan en dos líneas y se cuentan pocas o ninguna en párrafos interminables. 

Para muestra este botón: 

Con la conciencia del fracaso pareció que una sombra gris le oscurecía los sentidos, como si un enorme satélite inexorable como una nube estuviera cruzando el cielo y tapando el rostro del sol. El mundo se vació de significado igual que la luz huye durante un eclipse. El enorme corpus de experiencia y sabiduría, de corolarios y resultados observados, de los cuales se sentía el maestro, quedó inutilizado de un plumazo. El mundo que lo rodeaba era una página de texto ilegible. Una hilera de cubos blancos de los que escapaba un misterioso zumbido lastimero. Un niño envuelto en una miasma reluciente de hilos, con la cara y la mirada aplanadas y bordeadas de sombras como si fueran de papel y alguien las hubiera recortado y pegado al cielo. Una brisa que dibujaba retratos ondulantes de vacío en las puntas de color verde claro de las briznas de hierba. 

Si habéis llegado leyendo hasta aquí pido disculpas y juro que no era mi intención torturaros de ninguna manera. Un poco de lírica en la prosa no está mal a veces, pero lo que hace este señor va en contra de la Convención de Ginebra. Si aún después de esto os animáis a leer el libro no acepto luego reclamaciones. 

Seguía yo con la mosca detrás de la oreja de por qué no me había convencido el libro en la biblioteca, hasta que me acordé. Hace unos cuantos meses cogí otro libro de él:  El sindicato de policía y, en contra de mi costumbre, lo abandoné en la página 50. Está claro que el ser humano tropieza varias veces con la misma piedra.

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